sábado, 24 de octubre de 2015

“A.D.N.” - Ferdidand Von Schirach


Para M.R.

Nina tenía 17 años. Estaba sentada a la entrada de las estación ZOO, delante tenía un vaso de plástico con algunas monedas. Hacía frío, la nieve había cuajado. No era eso lo que había imaginado, pero aun así era mejor que cualquier otra cosa. Habían transcurrido dos meses desde la última vez que había telefoneado a su madre; se puso su padrastro. El hombre se echó a llorar. Le pidió que volviera a casa. De pronto la habían asaltado los recuerdos, su olor a sudor y vejez, sus manos velludas, y había colgado.

Su nuevo novio, Thomas, también vivía en la estación. Tenía 24 años, cuidaba de ella. Bebían mucho, cosas fuertes que calentaban y hacían que lo olvidaran todo. Cuando el hombre se le acercó Nina pensó que era un putero. Ella no era prostituta. Cuando los hombres le preguntaban cuánto costaba ella se enfadaba. Una vez le había escupido a uno a la cara.

El anciano le preguntó si quería irse con él, tenía un piso con calefacción, nada de sexo. Lo que no quería era pasar la navidad solo. Tenía buena pinta, unos 60 o 65 años, abrigo de calidad, zapatos limpios. Lo primero en lo que se fijaba ella eran los zapatos. Estaba helada.

-          Sólo si también puede venir mi novio – dijo.
-          Claro- respondió él. Incluso lo prefería.

Más tarde estaban sentados los tres en la cocina del hombre. Con café y un biscocho. El hombre le preguntó si le apetecía darse un baño, le sentaría bien. Ella vaciló pero Thomas estaba allí. No puede pasar nada, pensó. El cuarto de baño no podía cerrarse con llave.

Estaba en la bañera. Hacía calor. El aceite para el baño olía a abedul y espliego. Al principio no lo vio. El hombre había cerrado la puerta al entrar. Tenía los pantalones bajados y estaba masturbándose. Pero no era nada malo, le dijo, y sonrió inseguro. De la otra habitación llegaba el sonido de la televisión. Nina gritó. Thomas abrió de sopetón, el picaporte goleó los riñones del hombre, que perdió el equilibrio y fue a parar a la bañera. Estaba en el agua, con ella, la cabeza sobre su vientre. Nina pataleó, doblo las rodillas, quería salir de allí, quitárselo de encima. Le golpeó en la nariz, la sangre se golpeó con el agua. Thomas le agarró por el pelo y lo mantuvo sumergido. Ella no dejaba de gritar. Aun en la bañadera, desnuda, ayudó a Thomas sujetando al hombre por la nuca. 

Pensó que aquello duraba mucho. Luego el hombre dejó de moverse. Ella le vio el vello del trasero y le dio puñetazos en la espalda.

-          El muy cerdo- dijo Thomas.
-          El muy cerdo- repitió Nina.

No dijeron nada más. Fueron a la cocina a pensar. Nina se había envuelto en una toalla, fumaban. No sabían que hacer. Thomas tuvo que ir al cuarto de baño a recoger las cosas de Nina. El cuerpo del hombre acabó en el suelo, bloqueando la puerta.

-          Tendrán que sacarla de los gozones con un destornillador, ¿sabés?- comentó él en la cocina dándole sus cosas.

-           No, no lo sabía.
-          Si no, no podrán sacarlo.
-          Lo harán.
-          Es la única manera.
-          ¿Está muerto?
-          Creo que sí- respondió él.
-          Tiene que volver. Me falta la cartera, dentro está el carnet de identidad.

Thomas registró el piso y encontró 8.500 marcos en el escritorio. “Para la tía Margaret”, rezaba el sobre. Limpiaron las huellas y se marcharon. No fueron lo bastante rápidos, pues la vecina, una mujer de edad avanzada con gafas de culo de vaso, los vio en el soportal.
Volvieron a la estación en un tren de cercanías. Más tarde comieron algo en un puesto.

-          Ha sido horroroso- comentó Nina.
-          Menudo idiota- repuso Thomas.
-          Te quiero.
-          Ya.
-          ¿Cómo que ya? ¿Y tú, me quieres?
-          ¿Se lo hizo él sol?- preguntó él, mirándola a los ojos.
-          Si, ¿tú que crees?
-          De pronto, Nina sintió miedo.
-          ¿Hiciste tu algo?
-          No, yo grité. Menudo viejo cerdo- soltó ella.
-          ¿Nada de nada?
-          No, nada de nada.
-          Va a ser duro- dijo Thomas al cabo de un rato.

Una semana después leían un aviso en una columna de la estación. El hombre había muerto. Un policía que los conocía a ambos de la zona de la estación, pensó que podían encajar con la descripción dada por la vecina. Le tomaron declaración. La mujer mayor no estaba segura. Se incautaron de su ropa, que los agentes compararon con las fibras halladas en la vivienda del fallecido. El resultado no fue inequívoco. Se sabía que el hombre tenía trato con prostitutas, ya había sido condenado en dos ocasiones por acoso sexual y por mantener relaciones sexuales con menores. Los pusieron en libertad. El caso no se esclareció.
… … …

Lo hicieron todo bien. Durante 19 años lo hicieron todo bien. Con el dinero del fallecido alquilaron un piso, más adelante se mudaron a un adosado. Dejaron la bebida. Nina trabajaba como dependienta en un supermercado, Thomas de jefe de almacén para un mayorista. Se casaron. Un año después tuvieron un niño; al siguiente, una niña. Se entendían, les iba bien. En una ocasión, él se vio mezclado en una pelea en la empresa, no se defendió, ella lo entendió.
Cuando su madre murió, Nina volvió a las andadas. Empezó a fumar de nuevo marihuana. Thomas la encontró en la estación, en el mismo sitio de antes. Estuvieron sentados unas horas en un banco del parque Tiergarten, después fueron a casa. Ella apoyó la cabeza en su regazo. Ya no necesitaba aquello. Tenían amigos y bastante relación con la tía de Thomas en Hannover. A los niños les iba bien en el colegio.
… … …

Cuando la ciencia hubo avanzado lo bastante, se llevó a cabo un análisis genético molecular de los cigarrillos hallados en el cenicero del fallecido. Se pidió a aquellos que habían sido sospechosos en su momento que acudieran a someterse a un reconocimiento médico. El escrito tenía un aspecto amenazador, un sello, iba encabezado por “El Jefe Superior de Policía de Berlín”, en papel fino con un sobre verde. Estuvo dos días en la mesa de la cocina antes de que lo comentaran. Había que hacerlo, fueron a donde se les pedía, solo les introdujeron un bastoncillo de algodón en la boca, no les dolió.

Una semana después los detuvieron. El inspector jefe dijo: “Será lo mejor para ustedes”. Él se limitaba a hacer su trabajo. Lo confesaron todo, Creían que ya no tenía importancia. Thomas me llamó demasiado tarde. Si no hubiesen confesado, el tribunal no podría haber excluido con certeza que hubiera sido un accidente.
… … …

Seis semanas después les dieron la libertad provisional. El juez instructor dijo que el caso era extraordinario, que los inculpados ya estaban completamente integrados en la sociedad. Aunque las sospechas que se abrigaban contra ellos eran fundadas y la condena segura, no se darían a la fuga.
… … …

Nunca se supo de donde salió la pistola. Él le disparó a ella en el corazón y luego se pegó un tiro en la sien. Ambos murieron en el acto. Un perro los encontró al día siguiente. Estaban a orillas del lago Wannsee, juntos, en un hoyo excavado en la arena. No quisieron hacerlo en su casa. Hacía tan solo dos meses que habían pintado las paredes.





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Si golpeás mucho la cabeza de alguien contra el asfalto -aunque sea para hacerlo entrar en razón-, es probable que termines lastimándolo...

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