Para M.R.
Nina tenía 17 años. Estaba sentada a la entrada de las
estación ZOO, delante tenía un vaso de plástico con algunas monedas. Hacía
frío, la nieve había cuajado. No era eso lo que había imaginado, pero aun así
era mejor que cualquier otra cosa. Habían transcurrido dos meses desde la
última vez que había telefoneado a su madre; se puso su padrastro. El hombre se
echó a llorar. Le pidió que volviera a casa. De pronto la habían asaltado los
recuerdos, su olor a sudor y vejez, sus manos velludas, y había colgado.
Su nuevo novio, Thomas, también vivía en la estación. Tenía
24 años, cuidaba de ella. Bebían mucho, cosas fuertes que calentaban y hacían
que lo olvidaran todo. Cuando el hombre se le acercó Nina pensó que era un
putero. Ella no era prostituta. Cuando los hombres le preguntaban cuánto
costaba ella se enfadaba. Una vez le había escupido a uno a la cara.
El anciano le preguntó si quería irse con él, tenía un piso
con calefacción, nada de sexo. Lo que no quería era pasar la navidad solo.
Tenía buena pinta, unos 60 o 65 años, abrigo de calidad, zapatos limpios. Lo
primero en lo que se fijaba ella eran los zapatos. Estaba helada.
-
Sólo si también puede venir mi novio – dijo.
-
Claro- respondió él. Incluso lo prefería.
Más tarde estaban sentados los tres en la cocina del hombre.
Con café y un biscocho. El hombre le preguntó si le apetecía darse un baño, le
sentaría bien. Ella vaciló pero Thomas estaba allí. No puede pasar nada, pensó.
El cuarto de baño no podía cerrarse con llave.
Estaba en la bañera. Hacía calor. El aceite para el baño
olía a abedul y espliego. Al principio no lo vio. El hombre había cerrado la
puerta al entrar. Tenía los pantalones bajados y estaba masturbándose. Pero no
era nada malo, le dijo, y sonrió inseguro. De la otra habitación llegaba el
sonido de la televisión. Nina gritó. Thomas abrió de sopetón, el picaporte goleó
los riñones del hombre, que perdió el equilibrio y fue a parar a la bañera.
Estaba en el agua, con ella, la cabeza sobre su vientre. Nina pataleó, doblo
las rodillas, quería salir de allí, quitárselo de encima. Le golpeó en la nariz,
la sangre se golpeó con el agua. Thomas le agarró por el pelo y lo mantuvo
sumergido. Ella no dejaba de gritar. Aun en la bañadera, desnuda, ayudó a
Thomas sujetando al hombre por la nuca.
Pensó que aquello duraba mucho. Luego el
hombre dejó de moverse. Ella le vio el vello del trasero y le dio puñetazos en
la espalda.
-
El muy cerdo- dijo Thomas.
-
El muy cerdo- repitió Nina.
No dijeron nada más. Fueron a la cocina a pensar. Nina se
había envuelto en una toalla, fumaban. No sabían que hacer. Thomas tuvo que ir
al cuarto de baño a recoger las cosas de Nina. El cuerpo del hombre acabó en el
suelo, bloqueando la puerta.
-
Tendrán que sacarla de los gozones con un
destornillador, ¿sabés?- comentó él en la cocina dándole sus cosas.
-
No, no lo
sabía.
-
Si no, no podrán sacarlo.
-
Lo harán.
-
Es la única manera.
-
¿Está muerto?
-
Creo que sí- respondió él.
-
Tiene que volver. Me falta la cartera, dentro
está el carnet de identidad.
Thomas registró el piso y encontró 8.500 marcos en el
escritorio. “Para la tía Margaret”, rezaba el sobre. Limpiaron las huellas y se
marcharon. No fueron lo bastante rápidos, pues la vecina, una mujer de edad
avanzada con gafas de culo de vaso, los vio en el soportal.
Volvieron a la estación en un tren de cercanías. Más tarde
comieron algo en un puesto.
-
Ha sido horroroso- comentó Nina.
-
Menudo idiota- repuso Thomas.
-
Te quiero.
-
Ya.
-
¿Cómo que ya? ¿Y tú, me quieres?
-
¿Se lo hizo él sol?- preguntó él, mirándola a
los ojos.
-
Si, ¿tú que crees?
-
De pronto, Nina sintió miedo.
-
¿Hiciste tu algo?
-
No, yo grité. Menudo viejo cerdo- soltó ella.
-
¿Nada de nada?
-
No, nada de nada.
-
Va a ser duro- dijo Thomas al cabo de un rato.
Una semana después leían un aviso en una columna de la
estación. El hombre había muerto. Un policía que los conocía a ambos de la zona
de la estación, pensó que podían encajar con la descripción dada por la vecina.
Le tomaron declaración. La mujer mayor no estaba segura. Se incautaron de su
ropa, que los agentes compararon con las fibras halladas en la vivienda del fallecido.
El resultado no fue inequívoco. Se sabía que el hombre tenía trato con
prostitutas, ya había sido condenado en dos ocasiones por acoso sexual y por
mantener relaciones sexuales con menores. Los pusieron en libertad. El caso no
se esclareció.
… … …
Lo hicieron todo bien. Durante 19 años lo hicieron todo
bien. Con el dinero del fallecido alquilaron un piso, más adelante se mudaron a
un adosado. Dejaron la bebida. Nina trabajaba como dependienta en un
supermercado, Thomas de jefe de almacén para un mayorista. Se casaron. Un año después
tuvieron un niño; al siguiente, una niña. Se entendían, les iba bien. En una
ocasión, él se vio mezclado en una pelea en la empresa, no se defendió, ella lo
entendió.
Cuando su madre murió, Nina volvió a las andadas. Empezó a
fumar de nuevo marihuana. Thomas la encontró en la estación, en el mismo sitio
de antes. Estuvieron sentados unas horas en un banco del parque Tiergarten,
después fueron a casa. Ella apoyó la cabeza en su regazo. Ya no necesitaba aquello.
Tenían amigos y bastante relación con la tía de Thomas en Hannover. A los niños
les iba bien en el colegio.
… … …
Cuando la ciencia hubo avanzado lo bastante, se llevó a cabo
un análisis genético molecular de los cigarrillos hallados en el cenicero del
fallecido. Se pidió a aquellos que habían sido sospechosos en su momento que
acudieran a someterse a un reconocimiento médico. El escrito tenía un aspecto amenazador,
un sello, iba encabezado por “El Jefe Superior de Policía de Berlín”, en papel
fino con un sobre verde. Estuvo dos días en la mesa de la cocina antes de que
lo comentaran. Había que hacerlo, fueron a donde se les pedía, solo les
introdujeron un bastoncillo de algodón en la boca, no les dolió.
Una semana después los detuvieron. El inspector jefe dijo: “Será
lo mejor para ustedes”. Él se limitaba a hacer su trabajo. Lo confesaron todo,
Creían que ya no tenía importancia. Thomas me llamó demasiado tarde. Si no hubiesen
confesado, el tribunal no podría haber excluido con certeza que hubiera sido un
accidente.
… … …
Seis semanas después les dieron la libertad provisional. El juez
instructor dijo que el caso era extraordinario, que los inculpados ya estaban
completamente integrados en la sociedad. Aunque las sospechas que se abrigaban
contra ellos eran fundadas y la condena segura, no se darían a la fuga.
… … …
Nunca se supo de donde salió la pistola. Él le disparó a
ella en el corazón y luego se pegó un tiro en la sien. Ambos murieron en el
acto. Un perro los encontró al día siguiente. Estaban a orillas del lago
Wannsee, juntos, en un hoyo excavado en la arena. No quisieron hacerlo en su
casa. Hacía tan solo dos meses que habían pintado las paredes.