lunes, 24 de enero de 2011

"Freddy Krueger" - Pablo De Santis



Freddy es un asesino que camina por los sueños ajenos. Habita las pesadillas de los adolescentes que viven en la calle Elm. Si Freddy puede asesinar a través de estas pesadillas, no es porque convierta los sueños en realidad, sino porque la realidad es sólo un sueño más, apenas un poco más complicado que los otros.

Freddy ahora es un fantasma confinado a ese sótano abarrotado de objetos estrafalarios que son nuestros sueños; pero en vida fue un asesino de niños. Usaba para sus crímenes unos guantes de cuero a los que agregó largas uñas de acero, afiladas como bisturís. Los padres de los niños del barrio donde vivía lo encerraron y lo quemaron vivo. Por eso Freddy regresa con la cara desfigurada para vengarse de quienes lo mataron, asesinando a sus hijos, ahora adolescentes.

La única manera de no caer en sus garrar es permanecer despierto pero eso es imposible. Tarde o temprano los párpados se cierran y entonces aparece esta figura de camisa rayada y estrafalario sombrero para anunciar, una vez más, que el sueño es hermano de la muerte.

"Los Autómatas" - Ana María Shua

Son hombres, mujeres y niños excelsos en el arte de fingir la vida. Imitan con tanta perfección los movimientos humanos que sólo su constante repetición los denuncia como muñecos de madera. Su dueño y creador descolla en la perfección de los detalles, como el brillo de la piel, el volumen de la carne. Uno de los hombres tiene un tic; una mujer, con los ojos perdidos, esboza una semisonrisa, como respondiendo a un recuerdo, un chico resfriado se sorbe los mocos.

Pero si son casi perfectos en su imitación de la vida, hay que ver la perfección absoluta con que mueren, la gradual palidez que se apodera de sus mejillas, el abandono inanimado de sus cuerpos, la sorprendente, sorprendente rapidez con que se pudre la madera.

"Partido Internacional" - Juan José Panno

Mueve Moby Dick, toca Toquino, pisa Pizarro, pasa Passolini, mata Mata Hari, mete Metello, pica Picasso, marca Marconi, avanza Vanzetti, saca Sacco, corre Courreges, la tiene Tenorio, cruza Cruz, se va Vavá, se cae Cain, paga Paganini, gol de Goliath, pita Pitagoras. Final.

"El referi demasiado justo" - Alejandro Dolina



El colorado De Felipe era referí. Contra la opinión general que lo acreditó como un bombero de cuartel, quienes lo conocieron bien juran que nunca hubo un árbitro más justo. Tal vez era demasiado justo.

De Felipe no sólo evaluaba las jugadas para ver si sancionaba alguna infracción: sopesaba también las condiciones morales de los jugadores involucrados, sus historias personales, sus merecimientos deportivos y espirituales. Recién entonces decidía. Y siempre procuraba favorecer a los buenos y castigar a los canallas.


Jamás iba a cobrarle un penal a un defensor decente y honrado, ni aunque el hombre tomara la pelota con las dos manos. En cambio, los jugadores pérfidos, holgazanes o alcahuetes eran penados a cada intervención. Creía que su silbato no estaba al servicio del reglamento, sino para hacer cumplir los propósitos nobles del universo. Aspiraba a un mundo mejor, donde los pibes melancólicos y soñadores salen campeones y los cancheros y compadrones se van al descenso.


Parece increíble. Sin embargo, todos hemos conocido árbitros de locura inversa, amigos o lacayos de los sobradores, por temor a ser sus víctimas. Inflexibles con los débiles y condescendientes con los matones. Una tarde casi lo matan en Ciudadela. Los Hombres Sensibles de Flores lamentaron no haber estado allí, para hacerse dar una piña en su homenaje.

domingo, 23 de enero de 2011

"Historia de Los Otros" - Marcos


"Contaron los más viejos de los viejos que poblaron estas tierras que los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, no se pensaban parejo todos. O sea que no tenían el mismo pensamiento, sino que cada quien tenía su propio pensamiento y entre ellos se respetaban y escuchaban. Dicen los más viejos de los viejos que de por sí así era, porque si no hubiera sido así, el mundo nunca se hubiera nacido porque en la pura peleadera se hubieran pasado el tiempo los dioses primeros, porque distinto era su pensamiento que sentían. Dicen los más viejos de los viejos que por eso el mundo salió con muchos colores y formas, tantos como pensamientos había en los más grandes dioses, los más primeros. Siete eran los dioses más grandes, y siete los pensamientos que cada uno se tenía, y siete veces siete son las formas y colores con los que vistieron el mundo.

Me dice el viejo Antonio que le preguntó a los viejos más viejos que cómo le hicieron los dioses primeros para ponerse de acuerdo y hablarse si es que eran tan distintos sus pensamientos que sentían. Los viejos más viejos le respondieron, me dice el Viejo Antonio, que hubo una asamblea de los siete dioses junto con sus siete pensamientos distintos de cada uno, y que en esa asamblea sacaron el acuerdo. Dice el Viejo Antonio que dijeron los viejos más viejos que esa asamblea de los dioses primeros, los que nacieron el mundo, fue mucho tiempo antes del ayer, que mero fue en el tiempo en que no había todavía tiempo. Y dijeron que en esa asamblea cada uno de los dioses primeros dijo su palabra y todos dijeron: "Mi pensamiento que siento es diferente al de los otros". Y entonces quedaron callados los dioses porque se dieron cuenta que, cuando cada uno decía "los otros", estaba hablando de "otros" diferentes. Después de que un rato se estuvieron callados, los dioses primeros se dieron cuenta que ya tenían un primer acuerdo y era que había "otros" y que esos "otros" eran diferentes del uno que era. Así que el primer acuerdo que tuvieron los dioses más primeros fue reconocer la diferencia y aceptar la existencia del otro. Y qué remedio les quedaba si de por sí eran dioses todos, primeros todos, y se tenían que aceptar porque no había uno que fuera más o menos que los otros, sino que eran diferentes y así tenían que caminar.

Después de ese primer acuerdo siguió la discusión, porque una cosa es reconocer que hay otros diferentes y otra muy distinta es respetarlos. Así que un buen rato pasaron hablando y discutiendo de cómo cada uno era diferente de los otros, y no les importó que tardaran en esta discusión porque de por sí no había tiempo todavía. Después se callaron todos y cada uno habló de su diferencia y cada otro de los dioses que escuchaba se dio cuenta que, escuchando y conociendo las diferencias del otro, más y mejor se conocía a sí mismo en lo que tenía de diferente. Entonces todos se pusieron muy contentos y se dieron a la bailadera y tardaron mucho pero no les importó porque en ese tiempo todavía no había tiempo.

Después de la bailadera que se echaron los dioses sacaron el acuerdo de que es bueno que haya otros que sean diferentes y que hay que escucharlos para sabernos a nosotros mismos. Y ya después de este acuerdo se fueron a dormir porque muy cansados estaban de haberse bailado tanto. De hablar no estaban cansados porque de por sí muy buenos eran para la habladera estos primeros dioses, los que nacieron el mundo, y que apenas estaban aprendiendo a escuchar.

No me di cuenta a qué hora se fue el Viejo Antonio. La mar duerme ya y del cabito de vela sólo queda una mancha deforme de parafina. Arriba el cielo empieza a diluir su negro en la luz del mañana...

"Cabezas contra el asfalto" - Samanta Schweblin

Si golpeás mucho la cabeza de alguien contra el asfalto -aunque sea para hacerlo entrar en razón-, es probable que termines lastimándolo...

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